Un giro hacia las letras
Un relato sobre nuestras pasiones y cómo pueden llevarnos en direcciones impensadas.
Temas: literatura, nostalgia, ciencia ficción, libros digitales, edición de textos creativos.
Pasado, presente y futuro
Partamos estableciendo mi fanatismo por la ciencia ficción. Si retrocedo a mi infancia buscando momentos felices, lo más probable es que me encuentre a mí mismo haciendo una de dos cosas: programando en BASIC o leyendo historias de ciencia ficción. Guardados en algún velador de la casa estuvieron por años cinco ejemplares de la revista argentina Más Allá, publicados entre 1953 y 1957. Al principio no me llamaron mucho la atención; de hecho, como el niño tonto que era, incluso llegué a hacer dibujitos en algunas de ellas. Todo cambió un par de años después cuando mi cerebro finalmente maduró un poco y fui capaz de entender las historias que contenían.
¡Descubrí el futuro! Viajé por el vacío del espacio, me perdí en guerras entre nuestro planeta y sus colonias, me pregunté hasta qué punto percibimos la realidad tal como es, me colé como polizon en astronaves-factorías, supe que la vida extraterrestre puede ser irreconocible, entendí que la trayectoria de un cohete no es una parábola, sino más bien una elipse en la que uno de sus focos es el centro de la Tierra..., incluso contemplé los posibles destinos de la humanidad.
La ciencia ficción me ofreció tantos mundos distintos, tantas posibilidades, que nunca más pude sacudirme la atracción por el género.
Lo modesto y lo soberbio
Como he dicho, poseía 5 ejemplares, pero ninguna posibilidad de conseguir el resto. Mi papá nunca me pudo explicar de dónde las había sacado, y en ese tiempo (alrededor de 1990) nadie conocía la palabra Internet. Tuve que resignarme, por lo tanto, a no tener nunca acceso a los otros 43. Por supuesto, encontré otras maneras de satisfacer mi adicción, echando mano a cuanta novela tuviera delante mío, lo que en ese entonces tampoco era mucho, dado que no tenía dinero ni acceso a librerías.
Con los años, ya en la universidad, encontré algo más de información sobre la colección, pero ello se vio opacado por otro descubrimiento mucho más deslumbrante: los libros electrónicos. Estaban ahí, gratis, y los podías leer en el dispositivo de tu elección (el mío, en ese tiempo, era cualquier Palm a la que tuviera acceso), así que durante algunos años navegué, guiado únicamente por la lista de los Hugo y los Nebula, desde la Estrella doble (1956) de Heinlein hasta el Final del arcoiris (2006) de Vinge.
Cuando no quedó nada más por conocer me sentí satisfecho: después de todo, había cumplido una de mis fantasías intelectuales. Había conocido a Connie Willis, Robert Charles Wilson, Christopher Priest y A. E. van Vogt; le había estrechado la mano a Kurt Vonnegut, Frederick Pohl, David Brin, Larry Niven y Walter M. Miller; me había echado unos buenos tragos con mis viejos amigos Ray Bradbury, Robert Heinlein, Isaac Asimov y Philip K. Dick y había descubierto que prefería mantener la distancia con Orson Scott Card, William Gibson y Bruce Sterling.
Había sido una gran experiencia: un crucero de lujo por lo mejor que el género tenía para ofrecer. En comparación, poco y nada podían significar ya las 43 revistas que nunca encontré. En esa época, por ahí por el 2010, di por terminado el asunto.
Mi vieja Palm T|X ejecutando iSilo, un lector de libros electrónicos.
Al que busca...
Pasaron mas de cinco años hasta que un día, por aburrimiento, me dio por volver a buscar la colección en mi epublibre, mi proveedor de libros electrónicos favorito. ¡Estaba disponible el ejemplar número 1! Intrigado, lo descargué y leí casi de inmediato.
La mayoría de los contenidos no me impresionó demasiado; de hecho, algunos cuentos los conocía ya por otras fuentes. Pero uno en particular (Un balde de aire, de Fritz Leiber) le dio justo al nervio correcto. Me hizo volver a ser un niño, impresionado ante la perspectiva de que la Tierra se convirtiera en un planeta errante y perdiera su atmósfera. Fue como reencontrarse con un amigo después de muchos años, habiéndolo creído muerto.
Esperé que publicaran los ejemplares restantes, pero ello no ocurrió. Una vez más estaba ante un callejón sin salida.
Pero, en 2019, supe de la existencia de un Archivo histórico de revistas argentinas dedicado a la investigación de este tipo de publicaciones, entre cuyas funciones figuraba la publicación digitalizada de las mismas para libre consumo de la comunidad. ¡Tienen los 48 ejemplares de Más Allá disponibles en PDF!
Digitalización del ejemplar número 5 de Más Allá, gentileza de Ahira.com.ar.
Concluyendo historias... 30 años después
Todo quien esté familiarizado con la publicación en formato pulp sabrá que no se trata de un soporte que destaque por su durabilidad, de manera que no le sorprenderá el saber que varias de mis revistas habían perdido páginas: principalmente las iniciales y finales. Para gran frustración e inquietud mía, varias de las historias contenidas en ellas estaban inconclusas. En particular, siempre quise saber cómo terminaba Solo la mente, de J. T. McIntosh y El viejo de las estrellas, de J. F. Burke.
Por lo tanto, los primeros ejemplares que descargué fueron el n.º 8 y el n.º 25, y me sumergí directo en los mencionados. Más allá del hecho de que el final del cuento de McIntosh más bien idiotizaba al exquisito personaje de Nélida, y que el de Burke era largo, tedioso y predecible, la sensación de satisfacción al completar el año 2020 una historia que había sido interrumpida en 1990 fue absoluta.
Sin embargo, cualquiera que haya leído un documento en PDF sabe que hay pocas actividades más engorrosas e incómodas. El texto no se ajusta al tamaño de la pantalla que estás usando, no puedes pasárselo a un TTS, estás casado con una tipografía y colores fijos... en fin. El esfuerzo de digitalizar las revistas es un gran avance, pero no me parece que el PDF sea lo adecuado para su consumo por parte del público general.
Por otro lado, yo no quería simplemente leerlas: quería saborearlas. Por años he luchado con el problema de leer demasiado rápido. Es un «defecto» adquirido durante mis estudios que me fue útil cuando el tiempo era escaso y las materias por aprender abundantes.
Recapitulando, las revistas que fantaseé leer durante 30 años no las tenía epublibre. Estaban a mi disposición, pero en un formato inadecuado. Las iba a leer muy rápido y por lo tanto, no las iba a disfrutar. La solución a este aparente dilema era una sola: tenía que editarlas yo mismo.
Un nuevo oficio
Hasta entonces tenía cero experiencia como editor de libros electrónicos. De hecho, ni siquiera conocía los detalles técnicos del formato epub ni había estudiado el proceso para conseguir las credenciales para publicar en epublibre. Sin embargo, estaba atravesando una etapa de estrés y necesitaba un pasatiempo que me distrajera.
Resulta que el formato epub está basado en HTML y CSS, que para mí son como el pan con mantequilla, así que en ese aspecto ya estaba bastante avanzado. Desde el punto de vista lingüístico sé leer, escribir y dónde ubicar las comas; a veces pienso que eso me sitúa sobre la media. Por otro lado, la gente de epublibre fue en extremo cordial durante mi candidatura, a pesar de mi dificultad para captar ciertos criterios que difieren de los del desarrollo web. Si alguno de mis revisores llega a leer esto, les envío un abrazo.
Resumiendo, aprendí un montón sobre las particularidades del formato epub, pero también del proceso de edición de un libro. Unos meses después celebraba la publicación del ejemplar número 2 de Más Allá en epublibre, editada íntegramente por mí. Debo reconocer que me sorprendió el orgullo que sentí al incluir mi propio nombre en el documento y percibí la sinceridad de cada agradecimiento porque, como lector, me habría sentido igual.
Conversión a epub de la digitalización previa con la tipografía Georgia elegida por el usuario. Las ilustraciones se funden con el fondo cuando se elige sepia o blanco, y poseen un borde claro si se usa un fondo oscuro. La filosofía detrás de la edición es proporcionar una experiencia de bajo contraste, cercana al pulp, pero otorgando al usuario la posibilidad de controlar el flujo del texto, la tipografía y los colores.
Ventajas inesperadas
La edición de libros electrónicos es un proceso minucioso y a veces delicado: si te descuidas al montar los párrafos después del OCR, puedes dejar pasar —o introducir— erratas; si presionas teclas inadvertidamente, puedes ingresar un texto que te será muy difícil encontrar posteriormente; si no tienes claro cuáles de las docenas de reglas de validación has verificado y cuáles no, puedes terminar obviándolas o duplicando esfuerzo, etc. Por otro lado, es una tarea que se realiza casi sin pausas. No hay documentos de requerimientos que consultar, preguntas que hacer por teléfono, ni correos que buscar entre el spam. Eres solo tú, el software para editar, la RAE y el material original digitalizado.
Como consecuencia de todo esto el proceso fluye con suavidad, sin interrupciones, por horas que pasan a días cuando te enfrentas a un mamotreto de 70 000 palabras cada vez.
¿Es eso un problema? Al contrario. Realizar una tarea continua, pero que requiere mantener la mente activa y que además tiene una connotación emocional positiva es algo absolutamente efectivo para combatir el estrés y conservar una buena salud mental.
Por otro lado, es la primera vez en mucho tiempo en que estoy obligado a detenerme a revisar —y pensar en— la historia que estoy leyendo, en lugar de atravesar las páginas como un energúmeno. Como aspirante a escritor ello ha sido ventajoso, dado que el consejo que siempre te dan es «lee mucho», pero ello implica leer para estudiar, y yo solo leía para saber qué iba a pasar después. En efecto, a medio camino en la edición de Vampiro telépatico (Junkyard) de Clifford D. Simak me surgió una idea para escribir un cuento. La cosa fue así: como iba lento y eso me daba tiempo para pensar, se me ocurrió cuál era el mejor desenlace posible, pero más adelante descubrí al autor tomando un camino totalmente diferente. Como mi resolución me entusiasmaba, pero correspondía a una historia que no existía, la usé como base para mi propio relato.
* * *
Lo que empezó como una simple afinidad con un subgénero literario me arrastró en una travesía a veces intensa, a veces tediosa —pero siempre interesante y motivadora— por nuevos oficios poblados por personas semejantes y muchas sorpresas, como plantearme editar 3 390 000 palabras o escribir un cuento mejor que uno de Simak (¡vaya humildad!).
Si una enseñanza subyace tras esta experiencia, debe ser esta: Sigue tus pasiones. Puede que te causen gran trabajo, pero de seguro te entretendrán y sorprenderán. ✦