Escuadrón de rescate
La basura espacial de unos puede ser el tesoro de otros... o su condenación.
(Lectura de 15 minutos)
Los dos astronautas que avanzaban chapoteando por la ribera casi alcanzaban la desembocadura cuando, de golpe, se detuvieron.
Frente a ellos se alzaba algo que no debía estar ahí.
Una masa metálica con forma algo cilíndrica, de unos treinta metros de largo por diez de diámetro, yacía como un gigante muerto, inerte sobre el fango, entre la corriente y la selva grisácea que rodeaba la cuenca.
—Se suponía que este planeta estaba deshabitado —dijo Alex, enfundado en su uniforme verde de piloto—. En las horas que llevamos recorriendo esta zona lo único vivo que hemos encontrado son estas plantas descoloridas. Ningún animal, nada parecido a un mamífero o un reptil. ¡Ni siquiera un insecto!
—Regla número uno del Cuerpo de Exploración —recitó Sasha, el más grande de los dos y que vestía el mono caqui de ingeniero—: «No des nada por sentado».
—Solo trato de imaginar de dónde habrá salido ese montón de… chatarra.
—Es inútil suponer. Como mínimo tendremos que investigarlo para descartar que se trate de una formación natural.
—Es claro —dijo Alex—. Esa cosa está tan fuera de lugar como tú en el concurso de talentos de la Estación.
Sasha meneó la cabeza.
—En lugar de aventurar conclusiones y hacer malas comparaciones, estudiémoslo antes de volver a la nave. No creas que podrás zafar antes de tiempo.
—Y no creas tú que ignoro que has inventado esa supuesta regla del Cuerpo solo porque este asunto despertó tu curiosidad.
* * *
En una inspección directa, era evidente que se trataba de los restos de un aparato; si bien su función no les resultó obvia, fuera por la disposición de sus partes o por el grado de sus daños. Descansaba escorado sobre una paralela a su eje y había perdido varios paneles exteriores. Presentaba indicios de haber eyectado parte de su contenido, dado que un boquete en el costado inferior, semicubierto por el sedimento, permitía ver sus entrañas.
—Un hecho indiscutible —dijo al fin Sasha, limpiándose las manos— es que nuestros nombres adornarán los libros de historia. Hemos descubierto la primera evidencia de inteligencia y manufactura extraterrestre.
—¿Por qué estas tan seguro?
—Porque nunca en mi vida había visto algo así.
—¿Y qué sugieres?
—Debemos investigarlo más para volver a la Estación con un relato coherente.
—No lo sé, Sasha. El descubrimiento ya está hecho. ¿Por qué no marcamos la posición y dejamos que los equipos de reconocimiento se hagan cargo?
—Porque nos pasaría lo mismo que a Colón con Américo. Vendría ese idiota de Yael, con su pie torcido y sus hombres, encontraría la última pieza del rompecabezas y antes de que pudiéramos decir pío, le habrían puesto su nombre al continente entero.
Alex suspiró. La rivalidad entre Sasha y Yael era legendaria. La mera idea de que el otro pudiera arrebatarle tal gloria aseguraba años de mal humor. Y ante esa perspectiva, era mejor conceder.
—Está bien. Averiguaremos todo lo que podamos sobre esta chatarra y luego nos largaremos de aquí.
Sasha le palmeó el hombro.
—Gracias, viejo amigo.
—No te afanes en agradecerme. Mejor dedícate a encontrar evidencia para resolver las incógnitas. Te dejo tres. —Las enumeró con los dedos—: ¿Para qué servía el aparato? ¿Cómo acabó convertido en chatarra? y ¿Qué fue de los hombrecillos verdes que lo construyeron?
Sasha asintió y se puso a andar de un lado para otro como solía hacer cuando necesitaba concentrarse.
—Consideremos los hechos. El planeta, o al menos la región, está deshabitado, así que no puede haber sido construido cerca. Por lo tanto, es probable que se trate de un vehículo que sufrió una avería y fue abandonado por sus tripulantes, aquí o aguas arriba.
—Lo abandonaron o murieron en alguna clase de impacto —agregó Alex, señalando el boquete.
—En ese caso, sus ocupantes pueden haber salido disparados o estar todavía atrapados ahí dentro. Y a propósito de eso, creo que vale la pena revisar el interior. ¿Serás capaz de entrar por ese agujero? Yo soy demasiado grande.
—La exploración de tumbas no es mi especialidad, Sasha. Mejor busca tú una escotilla mientras yo veo qué hay en los alrededores.
* * *
Anochecía, y la silenciosa ribera reflejaba lo muerto que estaba ese mundo.
En el peor momento venía Alex a descubrir que los espacios abiertos y oscuros como aquel le causaban escalofríos. Su lugar estaba en los claustrofóbicos, pero bien iluminados pasillos de la Estación, cobijado por tuberías y paneles.
Se encaminó hacia los restos del vehículo, con la esperanza de guarecerse en la familiar estrechez, justo cuando Sasha salía de su interior.
—Veo que has encontrado la escotilla —le dijo—. Eso explica por qué no me contestabas en la radio.
—Es una astronave —dijo el ingeniero sin más preámbulo—. El fuselaje, las toberas y parte de los motores están a la vista, y dentro pude distinguir sus unidades de control. Las celdas de combustible deben haberse esparcido al estrellarse.
—Entonces esos eran los contenedores que encontré a unos 1500 metros.
—Lo que apoya la tesis de que se averió cerca de aquí y no fue arrastrada por la corriente. ¿Los examinaste?
—No, el contenido se había derramado y parecía peligroso. Ni siquiera me acerqué. —Alex se rascó el cuello—. Sigue contándome sobre la nave. ¿Qué hay de sus ocupantes?
—Nadie presente, pero sin duda era tripulada. Hay asientos y dispositivos de control adecuados para humanoides bípedos como tú y como yo, aunque mucho más altos y corpulentos, sobre todo que tú. Déjame mostrarte.
—Nada de hombrecillos verdes, entonces —murmuró Alex mientras se dejaba conducir al interior.
Encontró una estructura vagamente similar a la de las astronaves que conocía. En la opresiva oscuridad, rota solo por las linternas de sus monos, tropezó varias veces con restos de paneles y circuitos que yacían desparramados por el piso inclinado.
—¿Esto lo hiciste tú, o fue el impacto?
El ingeniero movió una mano con desdén.
—Tuve que forzar algunos paneles. Estaban instalados con unas fijaciones cromadas que no pude extraer con mis herramientas.
—¿Sirvió de algo hacer todo este desorden?
—Pude aislar algunas partes electrónicas. —Las fue señalando—: fuentes de alimentación, controladores de instrumentos, unidades de cómputo…, pero no los entendí a un nivel más detallado.
—Eres el ingeniero más competente que conozco, Sasha. ¿Cómo es eso posible?
—No lo sé. Hay componentes que reducen la corriente, pero desconozco cómo; otros la interrumpen bajo ciertas condiciones que tampoco entiendo… Nunca había visto equipo así.
La repentina ignorancia del ingeniero perturbaba a Alex, pero la atribuyó al extraño origen de la astronave. Apoyó la espalda en una de las paredes y cerró los ojos, disfrutando del firme contacto con el metal. El asunto se estaba complicando; se prometió a sí mismo no volver a abandonar la Estación, aunque dudaba haber tenido alternativa esta vez.
En eso estaba cuando, sin proponérselo, presionó un botón que sobresalía de la pared.
La cabina se iluminó al instante con los destellos inconfundibles de una luz de emergencia.
—¡Alex! ¿Qué has hecho? Pasé toda la tarde tratando de poner en marcha estos aparatos y ahora tú vienes y en menos de cinco minutos enciendes uno de ellos. Nunca pensé que tu torpeza pudiera servir para algo.
—Ha sido fácil demostrar tu incapacidad. Pero, un momento: ¿cómo puede algo de esto funcionar después de tanto tiempo?
Sasha se le quedó mirando.
—En realidad no encontré signos de erosión, más allá de los daños propios del impacto.
—¿Quieres decir que todo esto podría ser reciente? —preguntó Alex. Confusas imágenes del aspecto de los tripulantes extraterrestres, todas colmillos, escamas y ferocidad, cruzaron su mente.
—Es muy probable.
—Entonces estos humanoides corpulentos podrían estar en las inmediaciones, acechándonos mientras nosotros desmantelamos su astronave como unos chatarreros.
—Sí, y además creo que acabas de llamar a su escuadrón de rescate.
* * *
Los exploradores cavaron un refugio en el embanque cercano al río, para así pasar la noche sin perder de vista los restos de la astronave. Sasha montaba guardia en la oscuridad, imaginando los tragos gratis que la fama del descubrimiento le otorgaría en los bares de la Estación, mientras Alex dormía arrullado por el murmullo de la corriente, que le recordaba el incesante zumbido de los sistemas de soporte vital de su barraca.
Una explosión le cortó la respiración y le hizo incorporarse de un salto.
—¿Qué demonios?…
—¡Shhh...! —interrumpió Sasha—. Algo emana de la nave.
Entrecerrando los ojos, esforzándose por enfocar en la cerrada oscuridad de la ribera, Alex alcanzó a distinguir una docena de puntos del arruinado fuselaje desde los que surgían chorros de humo, formando pequeñas nubes. Tan concentrado estaba, que dio un respingo cuando cada nube emitió un destello y doce proyectiles salieron disparados con un silbido en diferentes direcciones, describiendo arcos y yéndose a incrustar a varios cientos de metros. Por fortuna, ninguno cayó cerca del refugio.
—¿Un sistema de defensa? —preguntó Alex, ya completamente alerta.
—De ser así, se trataría de uno bastante chapucero, considerando que fue incapaz de activarse cuando estuvimos ahí. No, creo que se trata de otra cosa. Espera y verás.
Cada sitio de impacto se volvió refulgente, con un intenso carmesí. La situación fue obvia hasta para Alex.
—¡Balizas de aproximación! Vienen por ella. Sasha, ¡tenemos que salir de aquí!
—No, salvo que quieras perder la única evidencia que tenemos para respaldar nuestra historia.
—¡Pero no sabemos si son exploradores, conquistadores, cazadores o algo peor! Solo hemos descubierto que son más grandes que nosotros, y seguro que nos superan también en número. Además, estuvimos trasteando con su nave, y eso puede hacerles enojar.
—Relájate, Alex. Necesitamos evidencia, pero no tenemos por qué morir consiguiéndola. Te diré lo que haremos. Nos ocultaremos entre la vegetación, con las radios apagadas y, una vez que hayamos confirmado que son pacíficos, usaremos las unidades de registro de nuestros monos para grabar el primer contacto. Si las cosas se ponen feas, huiremos en direcciones opuestas y tendremos cómo respaldar después nuestro relato ante los muchachos de la Estación. ¿Suena bien?
* * *
Al alba, agazapados entre la espesa vegetación y a una prudente distancia del refugio y la malograda astronave, el dúo vio descender a otra idéntica salvo por sus motores, que exhibían una estructura diferente. Sasha observaba con ojos atentos.
—Ya llegan, y no he tenido tiempo de preparar unas palabras para el primer contacto.
—Mejor así. Si te pones a dar un discurso, solo conseguirás liarla y pasar a la historia como un bobo.
La astronave sobrevoló la zona para luego quedar suspendida a unos diez metros sobre la chatarra, evitando posarse en el suelo pantanoso. Una escotilla se abrió y a través de ella se asomó una figura que observó el área y se dejó caer, esparciendo lodo en todas direcciones. Segundos después, otros tres le siguieron.
—Como sospeché: humanoides, pero más altos y corpulentos que un ser humano. También más fuertes, o no habrían soportado ese salto —dictó Sasha al registro, con una sonrisa de satisfacción.
—Me pregunto si serán machos o hembras. Y si sufrirán alguna forma de dimorfismo.
Sasha se volvió hacia Alex.
—Tienes una mente muy estrecha. ¿Qué te hace pensar que el mero concepto de sexo les aplica? ¡Ni siquiera sabemos sin son organismos basados en carbono!
Los recién llegados escudriñaron el área circundante a la astronave accidentada. Se desplazaban con movimientos similares a los humanos, aunque más deliberados y artificiales. ¿Se trataría de robots o una forma de vida mecánica?
—No creo que sean biológicos —murmuró Alex, por miedo a que le oyeran a pesar de la distancia—. Quizá tengas razón en cuanto al carbono.
—Imposible saberlo desde tan lejos. Tendremos que acercarnos.
Alex se le quedó mirando con incredulidad. Adelante, en la ribera, los seres se mostraron satisfechos con su inspección del exterior y se adentraron en los restos.
—Es nuestra oportunidad —dijo Sasha, poniéndose de pie.
—¡No, descubrirán el desastre que dejaste y saldrán a buscarnos! ¡Además su astronave sigue en el aire!
Pero Sasha ya avanzaba. Echando maldiciones, Alex salió de entre la vegetación y corrió tras él, hundiendo las botas en la negra arena.
Lo alcanzó cerca del río, cuando se arrastraba al interior de un tronco hueco, petrificado, justo antes de que uno de los cuatro humanoides emergiera del interior de los restos.
Sasha continuaba con el registro, asomado apenas.
—… de unos tres metros de altura, con dos extremidades superiores y dos inferiores como nosotros. Mecánico, estoy seguro. Quizá un robot, un dron operado a distancia, o un exoesqueleto…
—Entonces la hipótesis de los hombrecillos verdes sigue vigente —agregó Alex, con una risita nerviosa, acomodándose dentro del tronco—. Hombrecillos verdes de medio metro operando exoesqueletos…
Los otros tres humanoides volvieron al exterior y se distribuyeron equidistantes alrededor del fuselaje. Luego realizaron una serie de movimientos de manera simultánea: extendieron sus brazos, asieron con firmeza el fuselaje y lo levantaron del suelo pantanoso sin mostrar el menor esfuerzo, entre los gemidos del metal deformándose bajo su propio peso.
—¡Imagínate su fuerza, Sasha! ¿Cuánto crees que pesan esos restos?
—Por lo menos unas cincuenta toneladas.
—¡Estamos bien condenados! ¡Podrían aplastarnos como quien mata a un mosquito!
El humanoide libre recorrió el suelo bajo la nave, examinándolo. Al cabo de unos minutos se hizo a un lado, y los otros volvieron a posar la chatarra en la superficie.
—Ahora que hemos registrado sus capacidades físicas, quizá ha llegado el momento de hacer contacto —murmuró el ingeniero.
—No entiendo por qué. Todavía desconocemos sus intenciones y después de esa demostración deberíamos ser más cautos.
—¿Solo porque son más poderosos que nosotros? Alex, soy más fuerte que tú, y a pesar de eso nunca has tenido inconveniente en ser mi amigo.
—Eso último estoy empezando a cuestionármelo. Además, dime: ¿cómo te vas a comunicar? ¿les has escuchado hablar?
Sasha vaciló.
—No —contestó—, aunque quizá todavía estemos demasiado lejos. También pueden estar comunicándose electrónicamente, o por… telepatía.
—Y en ese caso, ¿cómo sabemos que no nos han oído ya?
En ese momento el humanoide líder tocó algo en su muñeca y su astronave descendió hasta unos pocos metros del suelo. Los cuatro volvieron a bordo mediante un salto imposible y la nave se elevó para empezar a moverse describiendo una espiral creciente en el cielo.
Alex volvió a respirar al final de la secuencia.
—¡Están buscándonos! Te dije que era mala idea acercarnos tanto.
—Estás siendo demasiado egocéntrico. No es a nosotros a quienes quieren. ¿Todavía no lo entiendes? Son un escuadrón de rescate; su misión es encontrar a sus compañeros, dondequiera que estén.
Alex se tranquilizó porque la idea tenía sentido. Estarían bien mientras permanecieran ocultos y Sasha dejara de insistir en la idea del primer contacto.
—¿Crees que volverán? —preguntó.
—No me cabe ninguna duda.
* * *
Era ya mediodía. Alex había probado todas las maneras posibles de acomodarse al interior del tronco, y las había descartado todas por incómodas, cuando la astronave regresó.
A la distancia era difícil distinguir detalles, pero conforme se acercaba llegaron a descubrir qué era lo que traía colgando de unos cables. No podía ser otra cosa que ¡los cuerpos de los dos tripulantes accidentados!
Por lo encorvado de sus posturas, era claro que pendían inanimados. Debían haberlos encontrado muertos a varios kilómetros de distancia, a juzgar por el tiempo transcurrido.
Alex se estremeció.
—Nos culparán de haber manipulado la nave y matar a sus camaradas. ¡Salgamos de aquí!
—¿Cómo podríamos haber causado daño a seres tan poderosos como ellos? Un mínimo raciocinio les bastaría para descartar una conclusión tan absurda.
Alex pensó por un momento.
—Nunca imaginé que mi vida llegaría a depender de la omnipresencia de la lógica en el universo.
Los seres posaron los dos cadáveres a un costado de la chatarra, donde quedaron apoyados entre sí como un par de borrachos, y volvieron a descender a la superficie. Su astronave permaneció en el aire.
—Alex, tenemos que hacer contacto ahora. Ni siquiera parece que estén armados y deben estar por abandonar…
—¡Espera! Mira lo que hacen.
Dos de los humanoides examinaban el suelo. Tras una aparente conmoción, los cuatro emprendieron la marcha en dirección al refugio que Alex y Sasha habían cavado la noche anterior. Su trayectoria los acercaría y luego alejaría de la posición actual del dúo.
—Son muy inteligentes —dijo el ingeniero—. Pensé que ignorarían las huellas y se concentrarían en pistas más avanzadas, como la radio.
—Quizá la sed de sangre por sus compañeros muertos les ha motivado. ¡Te digo que debemos alejarnos!
Los humanoides se detuvieron en seco, a medio camino entre los restos y el refugio, y se volvieron hacia el tronco hueco.
Alex se quedó tan petrificado como la madera en torno a él, maldiciéndose por haber alzado tanto la voz, mientras observaba al líder de los seres que, moviéndose con la suavidad de un animal que se prepara para saltar sobre su presa, torció un pie y extrajo de su cintura algo brillante y alargado que orientó hacia él.
Había tenido suficiente. Cediendo al pánico, saltó del tronco en dirección a la selva y corrió como nunca en su vida, zigzagueando para evitar ser alcanzado por las armas de los seres metálicos.
Lo más sorprendente fue volverse para ver que Sasha corría tras él con expresión de un horror aun mayor.
—¡Te lo dije, pedazo de idiota! Debimos haber salido de ahí antes de que nos vieran. Ahora vendrán por nosotros.
Pero Sasha corría en silencio. Con toda la capacidad pulmonar a su disposición, sobrepasó fácilmente a Alex.
—¡Espérame, grandulón! Tu plan no sirve; si nos separamos, ¿cómo encontraré la nave? ¡Tú tienes el localizador!
Sasha aminoró la marcha para que Alex lo alcanzara y pudieran huir juntos.
Se internaron tanto en la profundidad de la selva, que temieron empezar a correr en círculos. De manera que pararon a descansar y escucharon.
—Nada. Quizá los perdimos —dijo Sasha, jadeando, apoyado en sus muslos.
Alex parecía divertido, aunque debió esperar a recuperar el aliento para responder.
—Vaya que te has asustado. Hasta abandonaste la idea del primer contacto.
—Ha sido tu culpa. Esa carrera tuya habría sido difícil de explicar.
Un zumbido débil, casi imperceptible, provenía de alguna parte.
—Lo importante es que ahora tenemos evidencia —dijo Alex, dando unas palmaditas a la unidad de registro—. ¿Grabaste todo? Solo resta volver a la nave y salir de aquí.
Sasha señaló el lugar en que Alex descansaba.
—¿En qué te has sentado? ¿Es acaso una de esas celdas de combustible?
Alex miró en la dirección indicada.
—Vaya, así es. Al menos esta se ve intacta.
Distinguió unas inscripciones en la caja metálica. Si no se hubiera puesto de pie, alertado por el zumbido que se había ido convirtiendo en un bramido, tal vez habría podido leerlas, porque estaban en su idioma:
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Pero en vez de eso, Alex se puso a mirar al cielo.
—¡La astronave! Han usado su astronave para seguirnos. Sasha, rápido. ¿En qué dirección debemos correr?
Sasha ya estaba operando los controles en su muñeca. Apretó unos botones, observó la pantalla y resopló.
—¡Date prisa! No tenemos mucho tiempo —gritó Alex.
La llegada del escuadrón de rescate, con su superfuerza y sus superarmas, era inminente. Sasha seguía concentrado en el localizador. Alex lo zamarreó.
—¡Sasha!, ¿dónde está nuestra nave?
El ingeniero se le quedó mirando, con los ojos desorbitados, mientras detrás suyo la selva se agitaba, sacudida por los torbellinos de la astronave en descenso. Alex escuchó apenas su respuesta, entre el sonido de las ramas que se azotaban.
—En la ribera, Alex. Nuestra maldita nave está en la ribera del río, justo en la desembocadura. ✦
(Foto de Stéphane Delval)
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- ¿Había tantas pistas que adivinaste el final antes de tiempo?
- O inversamente, ¿había tan pocas que no lo viste venir?
Mi propósito es entretener, sorprender y ocasionalmente hacer reflexionar. Hazme saber en qué grado lo he conseguido.
JUAN CATALDO
Para saber más sobre el origen de este relato, te invito a leer su entrada en el blog.